En el hotel nos aconsejaron el restaurante
Gallops, frente al fuerte. Nosotros estábamos al otro extremo de la fortaleza,
lo que nos obligó a rodearla. Lo más llamativo es que no estaba sobre una colina
o una montaña. Sus muros eran altos y sólidos, una excelente obra de ingeniería
militar. En ese trayecto observamos una preocupante acumulación de basura y suciedad.
Las lluvias habían formado enormes charcos donde bebían las vacas, que habían
volcado los contenedores de basura y hozaban entre plásticos y porquería. El espectáculo
era patético. Si el antiguo maharajá levantara la cabeza cortaría muchas de las
de los responsables municipales.
Comimos brocheta de pollo adobado y pollo a la Bikaner, en cazuela, con una salsa densa y suculenta, todo ligeramente picante. Lo acompañamos con arroz, chapati con ajo y la venerable cerveza fría. El local estaba ocupado por otros españoles.
Salimos del restaurante y empezó a llover, lluvia fina, intermitente, a veces gozosa porque refrescaba, en ocasiones molesta. Las visitas con lluvia son un incordio.
La ciudad fue fundada en 1488 por Rao Bika, que
prestó su nombre a la urbe. Era hijo del fundador de Jodhpur. Para defender el
próspero centro caravanero construyó un fuerte, Junagarh, la fortaleza de los
Marwar, que fue reformada un siglo después por Rai Singh, uno de los generales del
emperador Akbar. Una de sus hijas se casó con el heredero, Jahangir. Esa
especial alianza trajo grandes beneficios a la ciudad. El declive de los
mogoles también sería el de este estado. En 1815 se rebelaron los thakures o nobles contra la tiranía de Surat
Singh, quien solicitó la protección de los británicos y firmó un tratado de
amistad perpetua con la Compañía de las Indias Orientales. Fueron fieles a los
británicos.
Entre 1925 y 1927 fue construido el canal de Ganga, que permitió ampliar las zonas agrícolas. Ganga Singh, su constructor, fue el último gran príncipe de este estado. Con ello atajó las hambrunas que periódicamente diezmaban a sus súbditos.
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