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Los saris son el color de la India 37 (2011). Campos de Shekhawati II


 

Un chaparrón descargó como una venganza divina. La carretera desapareció tras una densa cortina de agua. Noé se hubiera sentido en su salsa. Indra, el dios de la lluvia, se manifestaba con toda violencia. Lo malo es que estas tormentas embarraban los desconchones del asfalto y empeoraban la vía. El campo, generoso, sonreía con un verdor poderoso.

En la zona de Nawalgarh, aún lejana, confluían varios ríos en una depresión. Los sedimentos depositados eran excelentes para fabricar ladrillos. Esas fábricas alzaban sus altas chimeneas. La carretera acompañaba, en paralelo, las vías del tren.

Paramos a comer. El cuerpo necesitaba un descanso y una buena cerveza Kingfisher. Estábamos decididos a ofrecerle patrocinar nuestro viaje. La sopa de tomate estaba bastante buena. Pollo en brochetas con curry, patatas y arroz fueron nuestro almuerzo.

Con la reanudación entramos en Rajastán. Un detalle llamativo fue que las vacas cambiaron de color: ahora eran negras.

La carretera se deterioró más y los charcos eran pequeños estanques. Aparecieron los primeros camellos sueltos en rebaños. La tierra era fértil. Esporádicamente se contemplaban algunas montañas, aunque predominaba el llano. Otras montañas, de grano, adornaban los campos.

Habíamos visto varios anuncios de universidades (Amity, Singhania…). Coincidía ese paisaje de carteles con lo leído en el informe económico. Sin embargo, aún quedaban cientos de millones de analfabetos y el país sufría una escasez de trabajadores cualificados. Los contrastes y las contradicciones de este país.

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