El bazar era un microcosmos, un hábitat comercial
con una singularidad propia. Es India en estado puro, la auténtica, la costumbrista,
la que es atractiva al margen de su monumentalidad o historia, es la mezcla de
sus razas y religiones, es una enciclopedia de la vida a través de la
percepción intensa de olores y colores. No dejarse arrebatar la consciencia en
un bazar es un pecado y la imposibilidad de comprender mínimamente este país.
Pero prepárate para las sensaciones fuertes.
Sorteamos alguna vaca, todo el tráfico imaginable, carteristas más o menos evidentes, ganchos que querían captarnos para mostrarnos una tienda y un sinfín de obstáculos. La solución del rickshaw era la más lógica, aunque nos resistíamos a no patear aquel bullicio.
Alcanzamos el mercado de las especies con luz artificial. El movimiento de sacos repletos de condimentos elevaba un aroma embriagador. El ambiente nos trasladaba siglos atrás. Cada zona del bazar tenía un aroma, una estética según el producto. Sumergirse en esa orgía de sensaciones despertaba nuestro cuerpo del cansancio, nos impulsaba a continuar, a aventurarnos hasta la siguiente etapa, hasta la siguiente realidad oriental.
0 comments:
Publicar un comentario