Con pasos cortos y mucho cuidado subimos la
escalera hacia el templo blanco coronado con cúpulas doradas. Se concentraban muchos
visitantes, muchas barbas y turbantes, seña de identidad de este grupo. Su aspecto
desprendía dignidad. Eran serios, rectos.
Nadie nos importunó, algo poco habitual en la India, como comprobamos a lo largo del viaje. No obligaban a nadie a ser acompañado. Quien necesitaba una explicación sólo tenía que acercarse a uno de los guardianes. Con amabilidad, contestaban la pregunta.
El noveno sucesor del fundador, Gobind Singh, transformó el sikhismo y creó la hermandad combatiente de los khalsa, los puros. A partir de entonces, sus nuevos nombres terminarían en singh, león. Debían observar la “Ley de los cinco k” y demostrar su personalidad con cinco símbolos cuyo nombre empezaba por k: kesha, pelo largo y recogido; kangha, peine de madera o marfil que colocaban en su moño; kuchha, los calzones cortos que llevarían para tener la movilidad del guerrero; kara, el brazalete de acero en la muñeca derecha; no se desplazarían sin su kirpan, su sable. Un sikh sin los símbolos de los cinco k no es nadie: "aquellos que se cortan el pelo o retocan su barba cometen una infracción de las normas cardinales de la orden y son considerados apóstatas".
Siempre fueron grandes guerreros. Un tercio de los soldados del ejército de la India británica eran sikhs. Controlaban la industria del transporte. Eran una comunidad próspera. Sikh significa discípulo.
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