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Los saris son el color de la India 13 (2011). Jama Masjid III

 


El templete de mármol blanco ante la puerta principal estaba ocupado por unos jóvenes que charlaban animadamente. La devoción estaba dentro. Frente al mihrab se arrodillaban hombres y mujeres ajenos al movimiento. El hueco en el muro de la qibla era alto y amplio, decorado con arcos y formas geométricas.

-El origen del mihrab de los musulmanes estaría en las hornacinas para las estatuas de dioses de los templos budistas e hinduistas-. Sinceramente, nunca me lo hubiera planteado. Dejé que siguiera sus explicaciones mi tío. -Cuando los árabes fueron conquistando territorios, destruyeron esas representaciones de dioses pero quedaron los huecos que las alojaban. Muchos de esos edificios fueron purificados y transformados en mezquitas. Esos huecos heredados que acogían la principal imagen de Buda se convirtieron en el elemento que indicara la dirección a La Meca. El sentimiento de devoción que inspiraba al budista la imagen del nicho se transfiere al nicho en sí y especialmente a su arco.



Desde la puerta frente a la sala de oración observamos un retazo de la vida de la zona y el Fuerte Rojo envuelto entre la bruma. Era una imagen de novela gótica.

Para subir al minarete fuimos a la tercera puerta. Automáticamente se nos pegó un tío y empezó a dar explicaciones sin que se lo hubiéramos requerido. Simplemente, se había apuntado con nosotros. Le dejamos claro que no queríamos guía, que queríamos subir a nuestro aire. Nos miró como si le hubiéramos agraviado, como si estuviéramos quitándole el pan para sus hijos, retándonos, con desprecio. Tampoco insistió. Le dejamos atrás. Se lo asignaron, inmediatamente, a unas americanas. Debió pensar que había ganado con el cambio.

La subida no era muy larga pero en este país cualquier movimiento se pagaba con una sudada intensa. Al coronar estábamos empapados. Y desde arriba comprobamos lo abigarrado del tejido urbano. Todo se apiñaba a nuestros pies. Otra visión del barrio antiguo. Para ambientarnos mejor se formó un overbooking agobiante en las alturas. Para hacer una foto había que echar una instancia. Manteniendo el equilibrio, claro.

Las cúpulas estaban al alcance de la mano. Las palomas las disfrutaban con intensidad. Las puertas nos parecieron más impresionantes, como torres de una fortaleza. Hacia el horizonte, el día se mostraba turbio, hosco, desabrido. La vista no alcanzaba muy lejos.

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