Un instante no tiene tiempo
alguno; el tiempo está constituido por el movimiento del instante, y los
instantes son los límites del tiempo, decía Leonardo.
La sensación de intemporalidad
la vivimos en la espera de la cena en una típica trattoría de la calle San Gallo, vía de entrada y salida entre el
hotel y la ciudad. Los instantes narrados han corrido casi hasta el final. Un
nuevo paseo bajo las estrellas ha intentado alejar lo que es irremisible: el
regreso.
El chianti nos despega la lengua, la comida nos reconforta, nuestros
pies están al borde del colapso y nuestros espíritus arrojan el instante al
futuro para prometernos volver a la ciudad, a la Toscana, a Italia.
Eterna Italia.
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