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Por el corazón de la via Francigena 74 (2014). Santa Croce y Giotto.

 


Al entrar percibimos el mismo espacio vacío de otras iglesias. En este caso es lógico ya que pertenece a la orden de los franciscanos, los mendicantes, y había que dar ejemplo de su propia filosofía. Es la iglesia franciscana más grande del mundo. Los bancos se encuentran en la segunda mitad. A Lucy Honeychurch, la heroína de Una habitación con vistas, de E. M. Forster, le pareció un simple granero. Concéntrate en el perímetro. En los muros aún quedan restos de los frescos que un día adornaron la iglesia. Las esculturas funerarias han acabado con ellos. En el suelo, más lápidas.



La cabecera concentra los frescos que se asocian con Giotto y sus seguidores, Taddeo Gaddi, su discípulo, y Agnolo Gaddi, el hijo de éste. Los más destacados, en el centro, en la capilla mayor, narran la historia de la Veracruz.

Giotto di Bondone, que trabajó en la capilla de la Arena de Padua y en la iglesia alta de San Francisco de Asís, fue alabado por sus contemporáneos, como Dante, que le menciona en el Canto XI del Purgatorio: “Cimabúe se creía el maestro de la pintura, pero hoy Giotto, de moda, oscurece la fama del otro”. Boccaccio y Vasari fueron otros de sus valedores.



Fue precursor de una nueva concepción de la forma y el espacio. “La nueva concepción del arte, la expresión poderosa de la tercera dimensión, la elevación de la visión poética y la humanidad de lo narrativo”, leí en la obra de la Editorial Grolier, son los rasgos más destacados de este innovador.

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