Al entrar percibimos el mismo
espacio vacío de otras iglesias. En este caso es lógico ya que pertenece a la
orden de los franciscanos, los mendicantes, y había que dar ejemplo de su
propia filosofía. Es la iglesia franciscana más grande del mundo. Los bancos se
encuentran en la segunda mitad. A Lucy Honeychurch, la heroína de Una
habitación con vistas, de E. M. Forster, le pareció un simple granero. Concéntrate
en el perímetro. En los muros aún quedan restos de los frescos que un día
adornaron la iglesia. Las esculturas funerarias han acabado con ellos. En el
suelo, más lápidas.
La cabecera concentra los
frescos que se asocian con Giotto y sus seguidores, Taddeo Gaddi, su discípulo,
y Agnolo Gaddi, el hijo de éste. Los más destacados, en el centro, en la
capilla mayor, narran la historia de la Veracruz.
Giotto di Bondone, que trabajó
en la capilla de la Arena de Padua y en la iglesia alta de San Francisco de
Asís, fue alabado por sus contemporáneos, como Dante, que le menciona en el
Canto XI del Purgatorio: “Cimabúe se creía el maestro de la pintura, pero hoy
Giotto, de moda, oscurece la fama del otro”. Boccaccio y Vasari fueron otros de
sus valedores.
Fue precursor de una nueva concepción
de la forma y el espacio. “La nueva concepción del arte, la expresión poderosa
de la tercera dimensión, la elevación de la visión poética y la humanidad de lo
narrativo”, leí en la obra de la Editorial Grolier, son los rasgos más
destacados de este innovador.
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