Nuevamente un descanso. Elegimos
una terraza frente al palacio Strozzi. La camarera nos habla en español. Dos
mesas más están ocupadas por ejecutivos que negocian fuera del ambiente de sus
oficinas.
La plaza es tranquila. No es
zona tan habitual de turistas. Lo que merece mucho la pena es el palacio,
convertido en museo de arte moderno. Nos hemos asomado antes a su patio, con
una acogedora cafetería donde los jóvenes charlan. Los nuevos ricos del siglo
XV querían exhibir poder y dinero y se construyeron fastuosos palacios. Entre
1450 y 1470, según Isaacson, se construyeron una treintena en la ciudad. Gran
legado.
Dicen que es el edificio más
típicamente renacentista toscano. Las tres plantas de la fachada lucen igual
importancia, algo que no hemos observado habitualmente. Los Strozzi, mercaderes
y banqueros a los que hemos conocido en sus capillas de Santa María Novella,
opuestos a los Medici y sometidos al exilio en 1434, contaron con un modelo de
Sangallo. Vasari adjudicó el proyecto a Benedetto da Maiano, el arquitecto
favorito de Lorenzo el Magnífico. Lo continuó Simone del Pollaiolo, Il Cronaca.
Ocupó el lugar de quince edificios y llevó a la bancarrota a los herederos de
su promotor, Filippo Strozzi.
Los muros almohadillados, las
ventanas de columnas geminadas, la redondez de los arcos, los portones de
acceso, conforman una maravilla renacentista.
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