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Por el corazón de la via Francigena 68 (2014). Anghiari, Cascina y Vasari (palacio de la Signoria).

 

Frescos de Vasari en la sala de los Quinientos

El mural giraría entorno a “la lucha por el estandarte en el momento culminante de la batalla”, como destaca Isaacson. Rostros gritando, soldados peleando a muerte, brutalidad, el caos que mezclaba cuerpos y caballos, movimiento frenético, intensidad, dramatismo extremo serían sus señas de identidad.

Pero el encargo se le atragantó. No avanzaba a buen ritmo y ello, junto con su desgraciada fama de dejar encargos sin concluir, causó alarma. Se encresparon los ánimos e incluso llegó a pedir dinero a varios amigos para devolver los adelantos y renunciar al encargo. Al final le convencieron para que siguiera.

Las técnicas que pretendió utilizar, innovadoras, con pigmentos y barnices al óleo, le jugaron una mala pasada. En junio de 1505 una tremenda tormenta lo destrozó casi todo. Quizá influyó más en su decisión de abandonar la imposibilidad de perfección que el espacio y sus condiciones le imponían.

A Miguel Ángel le asignaron la Batalla de Cascina, otra victoria en el campo de batalla, esta vez frente a Pisa en 1364. Como tampoco fue concluida la conocemos, nuevamente, por copias de los cartones, como el del discípulo del autor, Bastiano de Sangallo.

Miguel Ángel optó por el momento en que se alerta a las tropas florentinas del ataque enemigo. Los florentinos estaban bañándose en el Arno, lo que permitía la habitual profusión de desnudos del autor. Las figuras tenían un aspecto escultórico. Se movía mejor como escultor que como pintor.

En la primavera de 1505 aun no había iniciado el mural y recibió la llamada del Papa Julio II para que acudiera a Roma a esculpir su tumba. Regresó a Florencia en abril de 1506. Se marchó poco tiempo después. Y el soberbio enfrentamiento artístico entre dos concepciones de la pintura no se ejecutó.

Los frescos son de Vasari y su escuela, que realizó seis escenas de gran impacto en el visitante. El techo de casetones y cuadros es espectacular. Observa las esculturas junto a las paredes. Destaca el Genio de la victoria, de Miguel Ángel, que estaba destinada a la tumba de Julio II. Algún acto va a tener lugar porque está repleta de sillas y se prepara un coctel. La sensación de poder es inmensa. La luz se filtra, reina una penumbra teatral. Tómate tiempo para admirar la sala.

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