Como el cazador que va a cobrar
una pieza importante, nos disponemos a estudiarla previamente. Para ello, nos
sentamos en una terraza frente al palacio. Descansamos, reponemos fuerzas con
una ensalada y un poco de pasta y dos estupendas cervezas. El conductor de un
coche de caballos busca entretenerse con el trasiego de locales y visitantes.
Estamos en una plaza
imprescindible cargada de arte y de historia. En ella se reunía el pueblo para
los actos más importantes, para protestar y reivindicar, para vitorear a un
gobernante, para las celebraciones de los carnavales, para los espectáculos con
los que se entretenía al pueblo. En ella tuvo lugar, en 1497, la quema de objetos
de lujo, cosméticos, libros licenciosos y cuadros poco edificantes que
significaban el rechazo a lo que impedía un buen comportamiento cristiano: la
hoguera de las vanidades. Al año siguiente, su promotor, Savonnarola, ardió
como hereje. Dicen que su cuerpo tardó en quemarse, lo que obligó a devolver el
mismo a la hoguera hasta que quedó reducido a cenizas. Estas fueron arrojadas
al Arno para impedir que sus seguidores las guardaran y se convirtieran en
reliquias. En el Museo de San Marcos se conserva un cuadro, de autor anónimo, Auto
de fe de Savonnarola frente al Palacio Viejo, que ilustra la ejecución de
aquella sentencia.
El dominico atacó duramente a
los Medici, que eran la personación de todos los males, y a los Papas, por su
corrupción. Fue un claro precursor de la Reforma de Lutero, un regeneracionista
que encontró la excomunión del Papa Alejandro VI.
0 comments:
Publicar un comentario