El baptisterio es la otra joya
de la plaza. Ocupa el solar de un antiguo templo de Marte. Una nueva
superposición de estructuras religiosas. Durante unas décadas, entre los siglos
XI y XII, fue catedral de la ciudad.
Desgraciadamente, los andamios
impiden gozar de su exterior octogonal de mármol blanco y verde y de sus
puertas, especialmente la Norte y la Este, la del Paraíso.
La oriental, frente a la
catedral, fue bautizada por Miguel Ángel al afirmar que bien podría ser la
puerta del paraíso. Sus diez paneles cuadrados y dorados son sublimes.
Ghiberti, que ganó el concurso igualado con Brunelleschi, que posteriormente se
retiró, y su escuela, con Donatello y Paolo Ucello, entre otros, representó
escenas del Antiguo Testamento: la creación, el pecado original, la expulsión
del paraíso, Caín y Abel, Noé y el diluvio, Abraham e Isaac, Esaú y Jacob,
José, Moisés y las tablas del Sinaí, Israel atravesando el Jordán, David y
Goliat, Salomón y la reina de Saba.
Las puertas querían representar
la humanidad y la Redención. La Redención y la transformación que son el rito del
bautismo.
Entramos por la puerta sur, la
de Andrea Pisano, que representa la vida de San Juan Bautista. Brilla el
interior con el decorado de los mosaicos, en los que trabajó Cimabúe. Preside
un Cristo pantocrátor. Los elegidos para el Infierno y el Paraíso se reparten
el techo. Penetra un ligero haz de luz por el matroneo, la galería elevada que
estaba destinada a las mujeres. Recordamos los baptisterios de Rávena y sus
mosaicos. La tumba incrustada en el muro es del antipapa Juan XXIII, un premio
a Baldassare Cossa por ayudar a Juan de Medici a entablar relaciones bancarias
con el papado. Es obra de Donatello, como una María Magdalena en el mismo
recinto.
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