Para Carlos, escalar hasta el
punto más alto es una cuestión de honor. Sabe que le voy a seguir la corriente
y que su propuesta es inmediatamente admitida. Quiere hacer de mí un atleta o
al menos recuperarme para la vida activa.
Nos infiltramos por el muro. Con
ritmo, con concentración, subimos por una escalera amplia, para lo que suelen
ser este tipo de escaleras. Acoplamos la respiración y alcanzamos el tambor.
Caminamos por la base de la cúpula con las figuras del Juicio Final que, por
supuesto, se han agrandado, a punto de caer sobre nosotros. Dan un poco de
miedo y nos hacen comprender el término dantesco.
La segunda fase transcurre entre
las dos cúpulas, emparedados, el espacio reducido, la luz amortiguada. Se
escuchan las primeras risas histéricas. En ocasiones hay que ceder el paso a
los que bajan. Hasta la linterna.
El premio es una vista gozosa,
inmensa, la ciudad completa. Desde la plaza de Miguel Ángel la ciudad se
contemplaba en su totalidad, aunque en la lejanía. Aquí estás en el centro mismo
del casco urbano, lo que nos da una perspectiva nueva. Volvemos a hacer el
ejercicio de localizar lo que hemos visto, por dónde hemos paseado. Lo que
quedará irremisiblemente pendiente para otro viaje.
El aire choca contra nuestros
rostros. El día es más grisáceo.
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