La cúpula de Brunelleschi es una
de esas genialidades técnicas de la historia de la arquitectura. Las
dimensiones del cuerpo a cubrir impedían las soluciones tradicionales.
Brunelleschi (1377-1446), hijo de notario, como Leonardo, se formó como
orfebre, aunque pronto sus intereses bascularon hacia la escultura y la
arquitectura. Encontró la fórmula para la cúpula en su viaje a Roma con su
amigo Donatello. Allí visitaron el Panteón, midieron su cúpula, visitaron otras
ruinas y se empaparon de las obras clásicas disponibles, especialmente la de
Vitruvio. La estructura autoportante se construyó sin andamios, creciendo sobre
sí misma en círculos concéntricos. Realmente, son dos cúpulas, una interior y
otra exterior, como comprobaremos en breve. Cuatro millones de ladrillos
ascienden hasta los 91 metros. Tuvo que fabricar sus propias grúas y
herramientas para la ejecución de su plan. Prepárate para los 463 escalones.
La cúpula simboliza el poderío y
la prosperidad de Florencia. Es el máximo exponente de su preponderancia
artística. Nunca se hubiera podido construir sin esa inmensa tropa de genios
que se asociaron para la creación de la mayor cúpula de mampostería del mundo.
El concurso convocado para este
proyecto fue adjudicado a Brunelleschi y Ghiberti. No concursaron juntos, por
lo que las disputas entre ellos fueron frecuentes hasta que el segundo fue
destituido. Brunelleschi se rodeó de matemáticos que realizaron complicados y
arriesgados cálculos que confirmaran la idea de aquella maravilla. Entre 1420 y
1436 se fue elevando la estructura de ocho caras y ocho nervios. Entre 1446 y
1461 alzaron la linterna de 21 metros. Lo que parece increíble es que no se
hundiera por alguno de los terremotos sufridos o por cualquier otra
circunstancia. Su peso es descomunal: unas 30.000 toneladas.
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