Las obras iniciadas en 1296
concluyeron parcialmente en 1436, al ser consagrada por el Papa. La fachada que
observamos es del último tercio del siglo XIX, neogótica, de Emilio de Fabris.
Desde luego que no desentona.
Todo el lujo del exterior
contrasta con un interior más austero. El suelo es lujoso, las naves
impresionantes, la decoración más escasa de lo que uno imagina. Se les acabó el
dinero.
La catedral está sobre una
iglesia anterior, Santa Reparata, que puede visitarse en la cripta. Parece que
desde el siglo IV hubo un templo en este emplazamiento.
En el muro izquierdo, dos
frescos de caballeros ilustres, los capitanes de fortuna Nicolás de Tolentino,
de Andrea del Castagno, y John Hawkwood, de Paolo Ucello. Más hacia la
cabecera, Dante porta la Divina Comedia ante el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.
Nos acercamos al crucero, donde
se ha concentrado la gente para observar los frescos de la cúpula, obra de
Vasari, Zuccari y otros artistas manieristas. Las figuras del Juicio Final
recuerdan los pasajes de Dante. Los pecadores sufren de una forma increíble.
Quizá estemos sobre el lugar
donde cayó asesinado Julián de Medici en la Pascua de 1478. Ese día se ejecutó
la conjura de los Pazzi, enemigos de quienes acaparaban cada vez más poder. El
objetivo era matar a los miembros principales de la familia que acabaría
eliminando la República florentina.
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