Entre el pórtico y el mausoleo se extendía una
distancia considerable. El espacio era un tranquilo manto de césped. Un lugar
al que sería agradable acudir para recordar a los que allí yacían. Nada que ver
con nuestro concepto de cementerio. Ese jardín era otra metáfora del paraíso.
Seguía unos principios geométricos y una simbología numérica. Era la estructura
de char bagh o de jardín dividido en
cuatro partes, de origen persa. El mausoleo ocupaba el centro de esa división.
Los caminos estaban marcados por senderos de agua. Las intersecciones se
adornaban con fuentes.
-Dicen que la actividad oficial de Humayún estaba determinada por el planeta de cada día. Los domingos y los martes eran dedicados a los asuntos de gobierno. Los domingos pertenecían al sol, cuyos rayos rigen la soberanía. Los martes eran los días del dios Marte, el patrón de los soldados. Sábados y jueves se dedicaban a la religión y el aprendizaje. Lunes y miércoles eran días de alegría. El viernes se dedicaba a cualquier asunto. Se vestía cada día de la semana con ropa de distintos colores, según el planeta que gobernara el día. Los domingos, vestía de amarillo. Los lunes, de verde. Su creencia en las estrellas era enfermiza.
No sé en qué forma pudo influir esa personalidad en la configuración de su tumba. El primer cuerpo horizontal, la plataforma sobre la que se asentaba la tumba, estaba compuesta por una sucesión de arcos apuntados. Quizá cada una de las puertas de esos arcos diera a otras salas con cenotafios. Sobre la plataforma, al aire libre, otros sepulcros salteaban la superficie. Desde esa altura se observaba completamente el entorno. El verdor del jardín era intenso. Unos perros campaban a sus anchas. A lo lejos, una cúpula blanca de un templo tapado por los frondosos árboles. Escuchamos el graznido de las cornejas, negras y de potentes picos.
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