Para intentar bajar la cena
continuamos hasta la Catedral y desde allí nos acercamos a Orsanmichelle,
abreviatura de la parroquia de San Miguel en el Huerto. La Iglesia es peculiar
porque inicialmente fue una lonja de trigo que se transformó en iglesia de las
corporaciones del trabajo, que situaron a sus patronos en las hornacinas que
adornan su fachada. Entre los santos protectores de las corporaciones destacan
San Mateo y San Juan Bautista, de Ghiberti, la incredulidad de Santo Tomás, de
Verrocchio y el San Jorge, de Donatello. La iluminación es adecuada.
Por el entramado de silenciosas
callejuelas regresamos al mercado Nuevo o de la Paja, una hermosa lonja del
siglo XIV, gótica, que hemos visto animada y con sus puestos desplegados y
ahora dormida y sin actividad. También se conoce popularmente como del porcellino, el pequeño jabalí al que hay
que tocar el morro para regresar a la ciudad.
En el palacio Davanzatti, un
museo de horario de mañana que es difícil que catemos. Son tantos lugares que nos
gustaría visitar que hay que renunciar a algunos y conformarse con las fachadas
a la luz de las farolas.
Prolongamos hasta el palacio
Strozzi y nos filtramos por el Burgo de los Apóstoles. Los comercios tradicionales
son simpáticos y sus escaparates nos animan a no perdernos su actividad en
horario de trabajo.
Alcanzar la plaza de la Signoria
es casi un rito, como seguir hasta Ponte Vecchio y observar el río. Las
joyerías en las tiendas están cerradas pero los simpatizantes del puente,
inagotables, continúan allí. Sin duda son de una fidelidad encomiable.
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