Comer, beber algo y descansar
las piernas: las obligaciones del viajero florentino. Y una buena opción es un
buen trozo de pizza o un panino
sentados al costado del baptisterio, que parece asediado por las vallas y los trabajos
de mantenimiento y recuperación. Se atisba la catedral, nos entretenemos con el
discurrir de la gente. El trasiego es constante.
Se necesitaría una mañana o una
tarde intensas para poder asimilar con garantías Oltrarno, la ciudad al otro
lado del río Arno. Es zona animada, repleta de tiendas, residencia de muchos
florentinos. Era la tradicional zona de artesanos. Para comer o cenar, piazza della Passera.
Hacia el oeste, Ponte Vecchio a
la derecha, el entramado de calles acoge dos iglesias con excelentes tesoros.
La capilla Brancacci, en la iglesia del Carmen, con maravillosos frescos
iniciados por Masolino da Panicale, continuados por Masaccio y concluidos por
Filippino Lippi décadas después. Masaccio se fue a Roma y no regresó al
sorprenderle la muerte en 1428. El fundador de la pintura renacentista había
dado un nuevo sentido al espacio, al hombre, a sus derechos.
En 1436, Felice Brancacci,
impulsor de la decoración, fue desterrado por el advenimiento de los Medici. En
1480 retomó la obra Filippino Lippi, que respetó el estilo de los anteriores
pintores. ¡Quién pudiera observar la salvación de la Humanidad por Jesucristo a
través de San Pedro!
La otra joya es la basílica del
Santo Spirito, obra de Brunelleschi con unos hermosos frescos en el refectorio
obra de Andrea Orcagna. También se encuentra un crucifijo de Miguel Ángel, que
realizó aquí estudios anatómicos con los cadáveres del hospital del convento.
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