En el recorrido un tanto ácrata
de esta mañana (se acerca la hora de comer) regresamos hacia San Marcos para
retomar el rastro del amigo Miguel Ángel Buonarroti. Se le honra con una calle,
se nos ofrece su casa.
El David que hemos contemplado a
la entrada de la Signoria es una copia del siglo XIX. Para contemplar el
original hay que dirigirse a la Academia, fundada bajo el impulso de Vasari.
Esta escultura y los cuatro prigioni o
prisioneros para la tumba de Julio II, que estuvieron en los jardines Boboli
del palacio Pitti, son su gran atractivo. Desde luego, no el único.
La sensación al entrar en la
Academia es que es asumible, que no vas a caer víctima del exceso. También, que
las obras de Miguel Ángel eclipsan al resto.
El David se encuentra al fondo
de una amplia galería que le sirve de escenografía o de guardia de honor para
exaltar más su belleza exenta. Caminas y vas concretando más la pureza del
mármol blanco, la perfección del cuerpo, la tensión, la mirada, la desnudez
sublime. Sin embargo, el mármol era de mediocre calidad, ya trabajado por dos
escultores anteriores, que lo desecharon porque estaba veteado. Un tanto bíblico:
la piedra desechada por el arquitecto se convirtió en piedra angular.
Miguel Ángel contaba 25 años. La
República de Florencia le encargó la obra y rompió con la tradicional
representación de un chaval vestido como un pastor. Este David es elegante,
vigoroso, medita antes de lanzar la piedra que derribará a Goliat. Quizá Goliat
eran los Medici y David representaba el pueblo victorioso sobre la opresión.
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