Probablemente, si en ese momento
le hubiera propuesto a Carlos visitar la iglesia de Todos los Santos
(Ognissanti) hubiera cometido (con razón) uno de esos crímenes que son tan
difíciles de explicar en las páginas de sucesos de los periódicos. Por suerte para
todos estaba cerrada.
Esta era la parroquia de la
familia Vespucci, la de Américo Vespucio, y en ella quedaron las tumbas
familiares. También yace en su interior, bajo una sencilla lápida, Sandro
Botticelli. Con esa costumbre de poner motes o sobrenombres a todos los
artistas, el de botellón no se sabe
si fue impuesto por su gordura o por la afición al vino. Dicen que realmente el
que mereció el mote fue su hermano y primer maestro. Cuesta asociar esa mofa
con el creador de figuras lánguidas y escenas repletas de neoplatonismo.
Quizá esas anécdotas son las que
refiere una guía a su selecto grupo, bien arropado para combatir el frescor de
la mañana, un tanto cubierta de nubes grises. Excepto ellos, las calles están
desiertas, como corresponde a un domingo por la mañana de invierno. Pero esto
es Florencia.
Toma el mando Carlos, que ha
debido leer las veleidades de mis pensamientos y orienta nuestros pasos hacia
el lungarno, la calle paralela al
río. El río brilla y se despereza, despierta la ciudad sabedora del ajetreo que
le espera. Lucen al otro lado la iglesia del Carmen y la del Santo Espíritu
envueltas en el caserío, al frente el puente de la Santísima Trinidad,
destruido por los alemanes en 1944 y reconstruido fiel al original con los
restos que quedaron en las aguas, y el Ponte Vecchio.
Desde aquí la soledad es
imposible. Las hordas que tratan de entrar a los Uffici nos devuelven a la
realidad. El paseo matutino nos ha eliminado el cabreo, nos ha despertado el
ánimo. Es una experiencia que nadie debería perderse.
-¿Aprovechamos para comprar la
Firenze Card?
Son 72 euros para 72 horas de
visitas que abarcan lo más popular y deseado y lo incógnito e inabarcable de la
ciudad. La ventaja, aparte de la posible rebaja, es que harás cola selectiva,
la espera se reducirá considerablemente y tu rendimiento como visitante
crecerá.
Se acercan las 10 de la mañana,
hora límite del desayuno. Las tripas rugen y las piernas protagonizan el primer
sprint largo del día. Plaza de la Signoria, via
Calzaiuoli, tiendas cerradas, el Duomo, giro a la izquierda, a la derecha por via Zannetti, la sensación de que no
vamos bien orientados, entrada de las capillas Mediceas, apunte para
visitarlas, rumbo al norte y el hotel Room Mate. El número de rezagados para el
desayuno nos relaja. La primera incursión en el buffet es más que grata.
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