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Por el corazón de la via Francigena 37 (2014). Florencia. Una devolución accidentada.

 


El coche es un instrumento inútil e incómodo en Florencia. Lo mejor es desprenderse de él.

Desde que enfilamos la ciudad de nuestros sueños el vehículo, que nos había servido honestamente, se convirtió en una pesadilla. En parte, por culpa mía. Los datos que había recopilado sobre los lugares donde devolver la macchina eran incorrectos.

Intentamos la devolución en el aeropuerto al pensar que no llegábamos al de la ciudad. El nudo de comunicaciones que rodea a la urbe, demencial como en toda ciudad que se precie, nos jugó la primera mala pasada: me confundí de salida, me metí en la autopista, tuve que salir por donde no era y alcanzamos el aeropuerto, muy reducido para una ciudad con tanto turismo. Después de un par de pasadas y preguntar en un par de gasolineras nos convencimos de que no existía oficina del alquiler de coches.

Probamos los alrededores de Florencia, tan insustanciales como los de otros lugares, y penetramos en la ciudad que no se visita, la parte de calles más o menos modernas, la que parten las vías del tren, la habitada por el común de los mortales. La ventaja es que pasamos ante la fortaleza de Bazzo, con la feria, el cementerio de los Ingleses y el jardín de la Gherardesca, amén de otras zonas fuera de plano que nos recibieron con un atasco monumental.

Aparcamos en via Matteotti: zona de aparcamiento limitado. Unas monedas al parquímetro y arreglado. Algo cabreados.

Nos levantamos pronto y, sin desayunar, emprendimos la segunda parte de la aventura. Pero el tom-tom no reconocía la calle. En un hotel nos dieron el nombre correcto: Borgo Ognissanti.

La maniobra de acercamiento fue certera hasta entrar en la zona restringida. En las ciudades italianas se ha impuesto un férreo control sobre el centro histórico. Entrar en él con el coche, salvo que seas residente, es multa segura, bastante suculenta, por cierto. Con cierto estado de ansiedad nos decidimos, qué remedio, a penetrar en un entramado de calles desierto. Lo malo es que el navegador nos llevaba por calles prohibidas. Al principio, le llevamos la contraria. Después, fui saltándome discos en rojo y metiéndome por prohibidos. Como haya control con cámaras me dejo una fortuna en multas.

La guinda fue un pequeño roce en la aleta delantera derecha. No nos dimos cuenta hasta la entrega. La empleada, muy eficaz, la anotó en el parte y nos comunicó que suponía una penalización de 50 euros. Montamos en cólera, la tía ni se inmutó (quizá acostumbrada a estas escenas) le pedimos una hoja de reclamaciones, se negó, puse la reclamación en el parte de siniestro y despotricando salimos a la calle. Menudo cabreo.

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