Buscamos nuestros recuerdos más
vivos. Los encontramos en la plaza del Duomo. La zona peatonal es dominio de
los transeúntes. Nos unimos a los que observan la fachada iluminada.
Regresamos al pasado y contamos
anécdotas de nuestras anteriores visitas. Ninguno de los dos vivió la ciudad
intensamente. No hubo tiempo para ello. Un paseo, algún lugar que nos impresionó,
una calle, una plaza… Reproducimos aquellas visitas básicas caminando por via Calzaiuoli hasta la Signoria: la
fachada del palacio Viejo, el David de Miguel Ángel, la fuente de Neptuno,
Cosme I a un costado, la loggia
repleta de esculturas clásicas. Nos demoramos un rato para esa resurrección de
recuerdos. Continuamos por los Uffici hasta el río. A unos pasos, el Ponte
Vecchio.
Sólo ese paseo hubiera legitimado
la salida nocturna. Con la conciencia tranquila del deber cumplido buscamos
restaurante y lo encontramos en una de las terrazas cubiertas de la plaza de la
República. El tiovivo sigue allí, el arco triunfal, los restaurantes.
La cena nos permite observar la
evolución de la noche, el trasiego por el espacio abierto de la plaza, las
familias o las parejas que han salido a cenar un sábado por la noche. Es
también un descanso, un rato más pausado para charlar. Un momento siempre
agradable.
Nos reservamos para el día
siguiente.
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