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Por el corazón de la via Francigena 35 (2014). Florencia. Primera noche.


 

Durante algo más de una hora nos concentramos en el paisaje. El paisaje es un texto a la espera de que alguien lo transcriba. Es poesía que se nos ofrece con los caracteres del ciprés, el olivo, la viña, la aldea de piedra, el suelo ondulado, la nube pícara y el sol como un contribuyente constante. Es estabilidad hasta que penetra en los sentidos y se asocia con la sensibilidad de cada uno.

La noche cae y termina, sin piedad, con las últimas claridades. Lo invade todo de color morado.

Aparcamos el coche, buscamos el hotel y nos desprendemos de las maletas. El cansancio desaparece. Salimos en busca de la ciudad.

Las luces anaranjadas de las farolas la combaten y el sonido de los bares altera el silencio que le correspondería. Las sombras son difusas. La noche nunca es dominio de la oscuridad en una ciudad como Florencia. Se ilumina con su espíritu.



La noche es generosa. La transforma, le da otra belleza. No apaga su hermosura innata, su elegancia. Tan sólo matiza. La belleza se completa con el final del día que se derrama por sus calles. Es su aliada.

Los muros emanan de las sombras, avanzan hacia el cielo para ofrecerse a nuestros ojos.

La noche simpatiza con los estragos del tiempo. La luz artificial esconde las fisuras en la hermosura de las fachadas. Los defectos de mantenimiento esperan hasta la mañana para evidenciarse de nuevo.

 

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