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Por el corazón de la via Francigena 34 (2014). Siena. Santo Domingo y Santa Catalina.


 

El interior es de una nave, amplio, sin bancos. En ella se conserva la cabeza embalsamada de Santa Catalina, cuyo santuario está bajando la pendiente. También, uno de los escasos retratos fiables de la Santa. Y cuadros con escenas de su vida y milagros.

Santa Catalina nació en 1347, un año antes de la Peste Negra que asoló la ciudad, la región y Europa. Era la vigesimocuarta (tenía una gemela que no sobrevivió) hija de un total de veinticinco. Su vocación fue temprana y la soledad y la oración la impulsaron al misticismo. Sus visiones fueron famosas.

Medió en los conflictos de su tiempo buscando la paz y la concordia. Facilitó el acercamiento entre Florencia y el Papa, al que visitó en Aviñón y convenció para que regresara a Roma, se implicó en el Cisma de Occidente y murió en Roma a la temprana edad de 33 años. El Papa Pío II la canonizó, como observamos en la librería Piccolomini, y Pío XII la convirtió en patrona de Italia junto a San Francisco de Asís. Sin duda, un gran currículum.



Desde Santo Domingo la vista de la ciudad es preciosa, la catedral en primer plano y las casas escalonándose hasta el valle del santuario. También pide protagonismo la torre del Mangia. El caserío es de aspecto apacible.

Quizá en otras condiciones, las piernas menos cargadas, hubiéramos visitado el santuario, que tanto valor religioso tiene como artístico. Pero las cuestas nos obligan a ser sensatos. Eso sí, nos filtramos por esas calles secundarias donde los arcos unen ambos lados de la calle y alguna colada toma el fresco y afea la vista.

No queda más que desandar lo andado, buscar algún otro rincón hermoso, que las calles empinadas ofrecen muchos, repasar lo más destacado, pasar por la plaza de la Independencia, buscar la calle que nos ha servido de unión con el hotel.




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