Callejeamos, inmenso placer, pasamos
un alto arco que comunica dos torres, el museo de Arte Sacro, junto al
campanario, y en la plaza se enfrentan pacíficamente el baptisterio y la
catedral.
El baptisterio exento es
octogonal, como marcan los cánones y tan sólo el lado de la puerta principal
está decorado con mármol blanco y negro, otra constante de la zona. La pila por
inmersión de Sansovino, en el centro, recuerda el rito del pasado. Junto al
muro, otra más pequeña, también de mármol, bautiza a los actuales cristianos.
Preside un cuadro religioso al que hacemos poco caso.
La fachada románica del Duomo es
sencilla. Dentro, brilla el artesonado barroco sobre la nave central. Al fondo,
un soberbio púlpito del siglo III. Recorremos las naves laterales en soledad y
silencio. Buenos retablos laterales.
La capilla más vistosa es la de
Nuestra Señora de los Dolores, con dos esculturas de Andrea della Robbia y la Procesión
de los Reyes de Benozzo Gozzolo. Empezamos a acostumbrarnos a los nombres de
los pintores y escultores que trabajaron en la zona y que nos obligará a
desempolvar el libro de arte.
Detrás del baptisterio se abre
el paisaje. El viento bate con fuerza. A lo lejos, sobre otras colinas, los
generadores eólicos prueban que el viento es poderoso y constante por estos
lares.
Caffe dei Fornelli es el centro
bohemio de Volterra. En la mesa de fuera aguantamos lo que tarda Carlos en
fumar un pitillo. Es un pequeño café al estilo de los del siglo XIX. La
peculiaridad es que está lleno de libros y revistas en alemán. Fotos antiguas
muestran la memoria de la ciudad. Entre sorbo y sorbo de nuestras bebidas las
vamos estudiando.
Nos queda el parque
arqueológico, la acrópolis etrusca. Lo que nos mueve también es ese callejear
casi ordenado. El lugar es un apacible parque donde retozan los jóvenes. Las
ruinas están valladas, aunque se contempla una parte de sus muros. La guía dice
que no tienen gran interés. Lo que tiene interés es la visión de las torres
medievales, las casas, la fortaleza de los Medici para controlar a los
levantiscos súbditos. Al acercarnos, comprobamos que ha sido transformada en
prisión. Mejor alejarse.
La bajada hasta el coche es
placentera. Salvo porque los pies y las piernas van un poco cargados.
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