Casi enfrente está el palazzo Pretorio, con la torre del
Porcelino, el pequeño cerdito que lo adorna en lo más alto. Fue sede del podestà o alcalde y del capitán del
pueblo. Los otros palacios también sufrieron el terremoto de 1846 y fueron
restaurados.
-Volterra es la ciudad del
alabastro.
Este producto ya no es la
principal fuente de ingresos. Varios talleres aun lo trabajan. Una cabeza de
virgen de nariz dañada se asoma a la ventana en busca de consuelo.
La Pinacoteca y el Museo Cívico,
que ya se sabe son habituales en estos pueblos, ocupa un hermoso palacio, el
Minucci-Solaruni. Acapara una pequeña colección y algunas obras maestras. La
foto de la Madonna entronizada con el niño, de Taddeo di Bartolo sirve de
reclamo para atraer al visitante. Luca Signorelli y Ghirlandaio también están
representados magníficamente.
Desde las murallas la vista sobre
el teatro romano es imponente. No se conserva mal la fachada y algunas gradas.
Las columnas marcan el lugar donde se ubicaba un templo. Buscamos con la mirada las termas.
Un nuevo signo de la importancia de la población en la época romana.
Al fondo, sobre un altozano y
con las espaldas guardadas por el campo que se diluye en el horizonte, la
abadía de San Giusto, primer obispo y patrón de Volterra. En el siglo VI salvó
al pueblo de la invasión bárbara, según leímos en la web local. La leyenda
cuenta que convenció a los exhaustos ciudadanos asediados para que bombardearan
con pan a los invasores, que debieron convencerse de la inutilidad del cerco
para rendir la plaza por hambre.
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