Volterra no estaba en nuestros
planes.
Todo rueda mejor de lo previsto,
con lo que nos decidimos a visitar este pueblo aislado que, quizá de otra forma,
no hubiéramos incluido en nuestra ruta.
Lo que también nos decide es el
deseo de estar más en contacto con la Toscana rural, la de casas aisladas,
pueblos pequeños de piedra sobre los que se enseñorea la torre de la iglesia.
Todo aderezado con olivos, viñas, cipreses y un verdor de invierno.
El navegador nos conduce por una
carretera comarcal estrecha, con tipismo y valores escenográficos aunque
objetivamente mejorable en firme y arcenes. No hay tráfico, salvo algún
vehículo agrícola, un campesino en moto, un par de turismos con nuestro mismo
instinto. Las curvas se encadenan con las colinas. Al buscar las torres de San
Gimignano encontramos la mole de una cárcel.
El paisaje se desnuda de
vegetación. El carácter inhóspito de estas tierras y su aislamiento convirtió a
Volterra en una isla rodeada de páramo
poco atractiva para los pueblos expansionistas. La Velathri etrusca
tardó en ser conquistada por Roma. La independiente commune medieval acabaría cayendo en las zarpas de la poderosa
Florencia. La estepa ha infundido carácter a la población.
Estamos en territorio de la antigua
Etruria. Muchos de los pueblos y ciudades de la Toscana son de origen etrusco y
como recuerdo de aquellos tiempos son habituales los museos o colecciones
dedicadas a esta civilización avanzada y elegante que acabó siendo conquistada
y absorbida por Roma. Luego vendría el olvido. Símbolo de aquel orgullo y
prestigio es el Museo Etrusco Guarnacci en Volterra. El Museo Arqueológico de
San Gimignano también guardaba buenas piezas.
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