El pueblo está encaramado en un
monte y su perfil sólido, defensivo, amurallado, sale al paso de nuestra
conducción. Rodeamos la montaña en busca de una puerta y un lugar donde dejar
el coche. Lo encontramos ante la puerta Docciola.
Poderosas murallas las de
Volterra. De origen etrusco, suben la empinada cuesta. La fuente Docciola queda
tras la vigorosa puerta y llama la atención desde su tímido refugio con el
sonido del agua. Será inmortal por los versos dedicados por D’Annunzio que se
leen en el muro.
Ascendemos por la escalinata en
silencio, como si se tratara de una prueba iniciática que nos purificara antes
de alcanzar la población.
Ha querido mantener la población
su carácter, su esencia y no venderse al éxito de la serie Crepúsculo, que
sitúa a la familia Volturi en ella. Su filosofía es de turismo a pequeñas dosis
para no alterar su personalidad. Ya lo advertía la guía: te cruzarás con más
lugareños que turistas. Al final, la película se rodó en Montepulciano. Por
cierto, el calabozo es el pub irlandés Quo Vadis. Las copas de vino tinto
reemplazan a la sangre.
No buscamos vampiros, sí el
espíritu del pasado que ha cristalizado en los muros de este hermoso y
tranquilo pueblo.
Sin ajetreo, las puertas
cerradas y las coladas al viento, es un pueblo real, no un preparado para
turistas, agradable, en el que podrías estar paseando por sus calles sin
aburrirte. Deambular por las callejuelas estrechas es suficiente espectáculo.
Algunas calles más anchas no desmerecen de la combinación medieval y
renacentista. El enlosado irregular está impoluto.
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