En algún lugar hemos leído que via San Giovanni es la quinta avenida
medieval. Desde luego, es la calle principal que une las murallas con el
centro. Recta no es, tampoco plana. Se ofrece una de las trece torres
supervivientes. Llegó a tener más de setenta. Se ha especulado sobre su uso. El
orgullo y la defensa son evidentes pero también se dice que se utilizaron para
el secado de las largas telas que se teñían con azafrán y que fueron una de sus
fuentes de riqueza. La otra fue el préstamo de dinero. Serían como eternos
estandartes balanceados con el viento. Una imagen que se apodera de nuestra
imaginación.
Las casas, de tres alturas, son
de piedra en la base y de ladrillo en la parte superior. Sus ojillos son
ventanas con fraileras de madera. Otras, más elegantes, son arcos góticos
divididos por finas columnas, de una gran elegancia. Muchas están rematadas por
almenas preparadas para las luchas. Se alternan tiendas gourmet con
restaurantes y hoteles. Uno goza de una terraza panorámica con unas vistas
fabulosas. Será una obviedad pero me recuerda a Pedraza.
-Lo que es increíble es que las
calles estén casi vacías. El pueblo suele estar siempre abarrotado.
-El viernes es aun día
tranquilo. Si mañana el buen tiempo perdura esto estará mucho más ajetreado e incómodo.
Las callejuelas laterales
invitan a abandonar la ruta principal con sus juegos de luz y sombra, su
penumbra misteriosa, su conjunto armónico. No nos dejamos seducir.
Los Montescos y los Capuletos de
San Gimignano se llamaron Salvucci y Ardinghelli, los primeros gibelinos o
imperiales y los segundos güelfos o papales. Su odio y sus disputas emponzoñaron
la ciudad aunque sirvió para dejar un rastro de palacios que incumplieron las
ordenanzas que impedían que una torre excediera la altura de la del palacio del
Podestà, la torre Grossa.
Hemos alcanzado la piazza della Cisterna, denominada así
por el hermoso pozo que adorna el centro. También se llamó de las tabernas, por
ocuparla éstas en el pasado, y del olmo, por uno de estos árboles que la
ocupara con singular espacio. Está rodeada de palacios medievales de fornida
piedra. Uno de ellos es el palazzo
Lupi, coronado por la torre del Diablo. Dicen que al regresar su dueño de un
largo viaje quedó asombrado de la inexplicablemente alta torre que había
crecido en su ausencia y que achacó a la intervención del diablo. Las obras inexplicables
de la antigüedad se atribuían al diablo, que normalmente pactaba la entrega del
alma como contraprestación de sus servicios y al que siempre se le engañaba con
algún imaginativo ardid.
Rivalidad, vanidad, riqueza,
fuerzas del mal, arte y leyendas se concentran en ese espacio. Hasta una
sucursal de Montepaschi Siena.
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