Una etapa en el camino exigía un
lugar donde cuidaran del peregrino. Durante un milenio esa función fue
celosamente cumplida por el hospital de Santa María della Scala.
Si no hubiera estado incluida la
visita en la entrada combinada, quizá lo hubiéramos ignorado. La guía sólo
aconsejaba el Pellegrinaio, la sala donde se reunían en su reposo los
peregrinos. Con esa idea convenzo a Carlos, que otorga esa concesión sin
rechistar.
El complejo de la antigua
beneficencia es inmenso, aglutinando dependencias, capillas, oratorios y
estancias que expresan el deseo de la ciudad de que la caridad no estuviera reñida
con la belleza. El centro cultural en que se va transformando a golpe de lentas
y costosas reformas, destapa ese deseo que se plasmó en frescos que alegraron a
los desdichados que elevaron su alma con la visión maestra de escenas
religiosas técnicamente perfectas y moralmente sublimes. Quizá los niños
abandonados quedaran sobrecogidos ante la solemnidad de las grandes figuras o
estaban acostumbrados a las representaciones de la Escuela de Siena que
transitaba desde el final de la época medieval hacia las nuevas formas de
expresión del Renacimiento. Para ellos, los santos transitaban por sus habitaciones.
El éxito empresarial se tradujo
en caridad. Ese era el espíritu de aquella Siena mercantil que invirtió en los
menos afortunados. Dicen que su fundador fue un zapatero de nombre Sorore, al
que se representa en el Pellegrinaio, lugar imprescindible y en el que se
siente esa elevación interior que buscaron los pintores como Vecchietta,
Domenico di Bartolo y Pietro di Giovanni d’Ambrogio, los que unirían su vida y
obra al lugar, los que se denominaron pintores del hospital. Parece que fueron
los canónigos de la catedral quienes impulsaron la institución y la dirigieron
como un ejemplo de gestión. Para su mantenimiento se le asignaron los ingresos
procedentes de varias granjas de la región.
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