El laberinto de salas nos va
introduciendo cada vez más en sus entrañas, hasta los sótanos y los almacenes.
Y no nos decepciona.
Nos acompaña una sensación de
desolación. Las primeras salas son de maravillosas pinceladas en muros
deteriorados. Casi han perdido la batalla con el tiempo. Se eleva la moral con
la luz de la iglesia de la Anunciación, amplia, generosa de decoración, lujosa
en donde se vivía en pobreza.
El hospital adquirió varias
reliquias traídas de Constantinopla, que se guardaron en la Sacristía Vieja. La
más famosa, la uña sagrada, inspiró una serie de frescos en estos muros. Las
reliquias otorgaban prestigio y animaban las donaciones.
Su enfermera más afamada fue
Santa Catalina, bautizada muy cerca, que a unos cientos de metros tuvo su casa,
la que se convirtió en doctora de la Iglesia, la que mantuvo correspondencia
con todos los poderosos de la época, que le pidieron consejo. En el subsuelo,
su oratorio, íntimo, acogedor, lugar de recogimiento.
El Arqueológico, la suma de
varias colecciones privadas trasladadas a los sótanos, bien organizadas e inclinadas,
marca nuestro punto de retorno.
No sabremos cuántos secretos más
se escondían en ese dédalo de galerías.
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