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Por el corazón de la via Francigena 21 (2014). Siena. El Papa Pío II.

 


Alcanzamos la plaza con los Pórticos del Papa y la iglesia de San Martín, un conjunto renacentista. Un poco más al interior, la sinagoga, también objeto de nuestra incursión nocturna.

El papa de los Pórticos, la elegante triple arcada, es Pío II, Eneas Silvio Piccolomini, el de nuestra calle. A mediados del siglo XV sucedió al papa Borgia Calixto III. Fue un hombre de biografía agitada e interesante, en muchos casos, contradictoria y versátil. Sirvió a varios señores, nobles y religiosos, viajó por Europa con intensidad en diversas misiones, fue un gran escritor y polemista. Hasta se atrevió con un relato erótico. Fue ordenado sacerdote con 40 años, sin vocación alguna, más bien para dar cobertura a los premios recibidos en forma de títulos eclesiásticos.

-Fue un hombre de su tiempo, un maquiavelo religioso, un amante de las artes y las letras, un gran mecenas que impulsó un importante legado.

El principal quedó en su Corsignano natal, que mutó su nombre a Pienza, en su honor. Una personalidad fascinante.



Su legado arquitectónico se prolongará en el edificio que se muestra en el progreso de nuestros pasos: el palacio Piccolomini.

-Es el único ejemplo de estilo renacentista florentino en Siena. También se le conoce como de la Papisa por haber mandado construirlo Catalina, su hermana.

En el palacio se encuentra el Archivo de Estado, que se puede visitar, con valiosos documentos. Guarda también unas interesantes tablillas con las que se recubrían los documentos de la hacienda local y que muestran escenas cotidianas, obras de importantes artistas de los siglos XIII al XVII.

Aún con la imagen de los emblemas papales y las graciosas argollas para amarrar a los caballos, figuras rampantes, nos desviamos a la plaza del Campo.

Las ciudades hay que vivirlas de día y de noche. Cambian de un momento a otro, cambian los que pululan por sus calles y sus plazas, cambian los muros, cambian las actitudes. De noche se pasea sin responsabilidad de cumplir horarios, se desconecta del modo devorador de piedras para poner un programa más sosegado que permite otra percepción, se deambula sin destino. Anoche nos encontramos con la plaza, como si ella fuera a nuestro encuentro, mientras que hoy hemos ido decididos hacia ella. Ayer estaba animada con la gente. Hoy no se ha desperezado aún y está casi vacía. Un privilegio para los madrugadores. El sol baña su espacio y un ligero frescor nos despeja. La plaza ha sido dispuesta para nuestro exclusivo goce. Ahora queda llenarla de su duende medieval: el Palio.

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