Il
Campo, como es conocida popularmente, forma un conjunto soberbio.
A cualquier hora del día o de la noche es el centro social de la urbe. Sentarse
en el suelo de la plaza o en uno de los restaurantes es un ritual necesario.
Hay que pararse a disfrutar de su arquitectura y su movimiento.
Tras un breve paseo y otear las
terrazas cubiertas nos decidimos a sentarnos en Il Palio, cómo no, como
se denomina el festejo más colorido e importante de Siena. La cena nos la
amenizará el trasiego de gente. Es uno de esos momentos magníficos.
Dicen que su forma en pendiente,
al ocupar la confluencia de las tres colinas sobre las que se asienta la
ciudad, simula el manto de la virgen, a la que demuestran una especial
devoción. Por algo intercedió en la victoria de Montaperti. Nos recuerda una
gran concha marina. Es el lugar donde se celebra el Palio desde el siglo XVII,
aunque desde el siglo XIII se corre esta popular carrera de caballos que
enfrenta a las diecisiete parroquias de la ciudad, las contrade. Su división en nueve secciones recuerda al Consejo de los
Nueve. Ocupa un antiguo mercado romano. Desde el palacio Público se regía el
destino de una población de 100.000 habitantes en la primera mitad del siglo
XIV.
Alejados de la plaza, la vida se
relaja y el movimiento se adormece. Las tiendas han cerrado y los jóvenes
buscan dónde pasar el día de san Valentín. Nos infiltramos por calles laterales
alumbradas por la luna llena y tenues faroles. La constante son las calles
estrechas, de leyenda o lance, los palacios de sillares oscuros, el regreso a
la Edad Media, el placer agarrado a los sentidos.
Nos hemos hecho una idea de la
ciudad y se impone el descanso. El regreso es un nuevo placer.
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