Al amanecer, los campos de la
Toscana son suaves, regados por la luz debilitada y sencilla que alarga unas
sombras tiernas. La brisa sonsaca el pensamiento, lo despierta, lo pone a
trabajar tejiendo paisajes imaginarios en la mente que en mucho se asemejan a los
que nos regala el mirador del hotel. El horizonte difuminado es como de algodón
gris, ondulado por las colinas. El sol de primavera en invierno excita la
alegría de estos días de vacaciones. En compañía de mi buen sobrino y de su
amena conversación podemos hacer todos los kilómetros que aguanten nuestras
piernas.
Esa estampa que habías estado
esperando está aquí. Se ofrece en la mañana con sffumatto, con una débil niebla a ras del suelo; el sol invasor,
acariciante, la apacigua contra las sombras. Nos despertamos y Siena nos regala
un hermoso amanecer.
Desde el jardín posterior del
hotel el paisaje es sublime, para inmortalizar, mejor que una postal, renace el
ánimo. Aunque la realidad es infinitamente mejor que cualquier palabra.
Hemos sido los primeros en madrugar.
Una parte de ese jardín ha sido cubierta para albergar la prima collaccione. El sol, bendito, entra por los ventanales y
alimenta tanto como los fiambres, los dulces, la fruta, las tostadas.
Encaramadas a las colinas,
resaltadas, las casas de campo juegan con el horizonte, blanco, que enfatiza
las fachadas. Colinas suaves, turgentes, femeninas, sabrosas a la vista,
deliciosas al tacto de nuestra percepción recién despertada. Recuerdas los
versos que animan a la vida en el campo.
Sentarse en ese mirador y
disfrutar del espectáculo sería bastante sensato. Unas americanas sitúen sus
sillas hacia la luz para empaparse de belleza. Sus planes son sencillos: para
qué buscar mejor disfrute. Esto es la bucólica Toscana.
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