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Dos peregrinos en tiempo de pandemia 75 (Camino Inglés). Cena, copa y nostalgias

 


Me hubiera gustado enseñarle a Jose la ciudad y que se empapara de su ambiente más festivo. En agosto no se respira la vida universitaria, algo que todo joven debería vivir al menos una vez en su existencia. Recordé la Casa de Troya, la pensión de jóvenes universitarios que inmortalizó la literatura y que nos acercó ese ambiente jaranero y divertido.

Conduje a mi sobrino a la rúa de Francos, al casco viejo. Como si no hubiéramos tenido suficiente tute de pies, caminamos por esas calles de piedra, algo menos animadas que en otras ocasiones. La pandemia tenía ese efecto. Aunque no había podido cercenar la alegría de peregrinos y turistas, la sensación de que la crisis sanitaria había sido vencida y que se abría una nueva etapa positiva. Los bares y restaurantes estaban llenos.

Quería enseñar a Jose “El gato negro” una de las tabernas más ilustres y curiosas de la ciudad, pero estaba cerrada. En ese entorno había montones de bares, restaurantes y parroquianos. Nos sentamos en Stella, en la terraza. El frescor era aguantable. Berberechos, choricillos y alguna cosa más nos saciaron.

Dimos un paseo en abundantes silencios. Las calles estaban en penumbra, como para una intrépida escena de amor protagonizada por un tuno. Casi se escuchaban los pasos, las conversaciones suaves, las confidencias, los suspiros de quienes finalizaban vacaciones.

Tomamos la única copa del Camino en el Casino.

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