Las vacas pacían a su antojo.
Las interrumpimos en su alimentación, se acercaron a nosotros, respetando las
distancias. Los cuernos eran bastante disuasorios. En las orejas llevaban
pendientes identificativos con sus números de serie. Alrededor de ellas se agitaban
las moscas.
Una extraña señora nos observaba
junto a un campo de maíz. Realmente era un espantapájaros que habían vestido
como a una turista ye-ye, con pamela, gafas de sol, pantalones azules, saya
naranja y pañuelo al cuello, a modo de babero amarillo. Los gallegos le ponían
mucha imaginación a estos colaboradores agrícolas que espantaban a las aves que
intentaban devorar los granos. Los habíamos encontrado de todas las formas y
aspectos posibles, unas veces sencillos y otras tremendamente atrevidos.
Entramos en zona maderera. Los
troncos estaban apilados a la espera de su destino definitivo. Al lado
contrario, el valle, que marcaba en uves geológicas el paisaje más inmediato.
Alcanzamos el Bosque Encantado,
según rezaba un cartel y defendía una bruja subida a su escoba voladora.
Evocamos El bosque animado, de
Wenceslao Fernández-Flórez, coruñés ilustre, al bandido Fendetestas, que
encarnara Alfredo Landa en la película del mismo nombre, tan bonachón que
ayudaba a los que pretendía robar. Quizá estuviéramos en una fraga, un bosque
inculto, como significa en gallego, una mezcla de árboles, una armonía de
especies. Alma y melancolía, Geraldo, el bueno, la niña Pilara, el loco de Vos,
el estudiante Javier y otros personajes vagaban en espíritu entre los árboles
para nuestro deleite inmenso.
Se cruzó en nuestro camino una
pequeña culebra o víbora. No supimos cómo interpretar aquello y si pudiera ser
un oráculo.
0 comments:
Publicar un comentario