Durante aquellos días de caminar
intenso recuerdo que nos llamó la atención la diferencia de tiempos y esfuerzos
entre avanzar a pie o en coche. Consultábamos Google Maps y nos informaba del
número de kilómetros, del tiempo que tardaríamos en completar la etapa. Una
veintena de kilómetros eran una mañana y, sin embargo, en coche eran veinte
minutos. Eso sí, la percepción era abiertamente distinta, el premio
singularmente diferente.
Porque el avanzar lento llevaba
a la introspección, al recuerdo de lecturas, a la reflexión sobre el lugar que
atravesábamos y su significado. Estábamos en el lugar de los buscadores de la
verdad, como afirmaba Atienza:
La
tierra que rodea Compostela inspiró, a lo largo de la historia, el
comportamiento mágico de quienes vivían en ella y de quienes la visitaban. A
Santiago no peregrinaban únicamente los ávidos de obtener el perdón de sus
pecados, sino -en gran medida- los buscadores de una verdad que iba más allá de
los credos permitidos y firmemente aceptados por la sociedad europea de la Edad
Media.
Lo ratificaba Sánchez Dragó en
otro texto que recogía su libro Gárgoris
y Habidis:
La
puerta se abre a todos, enfermos e sanos,
no sólo
a católicos, sino aún a paganos,
a
judíos, herejes, ociosos y vanos;
y más
brevemente a buenos y profanos.
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