Es probable que el precedente de
aquel puente medieval fuera un puente romano ya que por estos lugares pasaba la
calzada que unía Lugo con Braga, en Portugal. El río siempre fue caudaloso, lo
que obligaba a una obra de ingeniería en piedra. Algo leí que quizá parte de
los sillares de la obra romana se reutilizaron en este puente actual que ha
sufrido alguna intervención reciente que ha levantado ampollas. La anchura
actual es mucho mayor para permitir el paso de vehículos.
Nuevamente aparece la figura de
Fernando Pérez de Andrade, el de Pontedeume y Betanzos, el gran constructor de
puentes y otros edificios para disfrute de sus gentes. Algo debió de vincularle
con esta obra. Antes había un gran escudo que lo acreditaba y que ahora había
sido trasladado al museo de San Antón, el Arqueológico de La Coruña.
Junto al río había una senda
apacible que a aquella hora de la tarde disfrutaba algún paseante, con perro o
sin él, vestido deportivamente, o sobriamente ataviado. Caminamos en el inicio
de la penumbra del atardecer por aquel bosque casi urbano. El río iba calmado y
espejeaba a cada paso. Aconsejamos ese paseo.
Sin abandonar la visión del río
localizamos una terraza animada por familias de lugareños y visitantes. Nos
dedicamos a ver pasar la tarde, las aguas, las gentes, a charlar y descansar.
De todo un poco.
En la noche buscamos dónde cenar.
En un callejón encontramos la puntería As Rías. No había nadie, aunque luego
ocuparon tres meses más los que entraron. Algunos trozos de pulpo a feira estaban un poco duros, aunque sabrosos.
La tortilla, jugosa. Y el vino Godello, de primera.
Con la panza llena nos
recogimos.
0 comments:
Publicar un comentario