Si intentas localizar una
población de La Coruña por la referencia de bar O Cruceiro puedes encontrar
tantos resultados que no te servirá de nada. Quizá estaba en Calle, uno de los
pueblos de la etapa. En cualquier caso, era el núcleo de población con más
casas en toda la jornada. En el bar nos reunimos una buena parte de los
caminantes con destino a Sigüeiro. Y muchos decidimos hacer una parada para
descansar y tomar algo. El problema es que la camarera (o quizá la dueña)
estaba sola y no daba abasto con las peticiones de bocadillos de una familia
sentada en el exterior. Estaba agobiada y, aunque al principio estuvo un poco
impertinente, luego cambió el tercio, nos ofreció el sello para las cartillas y
nos sirvió dos bebidas frías que nos supieron a gloria. Allí confluyeron las
dos chicas y el señor del inicio de la ruta.
Después del paréntesis urbano
regresamos al bosque auténtico con unos paredones de tierra compacta que hacían
de muros naturales del camino. Por allí asomaban las raíces de árboles que
amenazaban inestabilidad.
La jornada no ofrecía una
especial dificultad en cuanto a cuestas pronunciadas. Sin embargo, era bastante
larga para nuestros cánones, ya que eran unos 24 kilómetros a los que había que
sumar otros tres o cuatro desde el hotel hasta retomar el Camino. Si que
recordábamos las piedras que se clavaban en las plantas de los pies. No había
retomado las zapatillas de trekking y
las deportivas eran insuficientes para evitar esa incomodidad. Tampoco fue tan
desagradable, ya que nuestra continua charla nos aislaba de los pesares y de la
sobrecarga de kilómetros.
El último tramo se hizo
especialmente pesado. Íbamos comprobando la distancia en los mojones y cotejando
con el móvil. Indicaba que faltaban 6 kilómetros, hora y cuarto. De los pies
hechos polvo pasamos a cierta ansiedad por comer. No habíamos comido nada desde
el desayuno. Sólo habíamos tomado líquidos. Aceleramos el paso. Juan nos había
aconsejado visitar la hípica y bar de Xoaquín, en el antiguo trazado. Como
suponía un desvío lo desechamos. Parece que, además, estaba cerrado por la
crisis.
Apareció el polígono industrial,
el edificio de Televés, la avenida de Álvaro Cunqueiro, ilustre escritor
gallego, entramos en Sigüeiro, lo atravesamos y llegamos al albergue Camino Real,
que no era público. Un joven nos estaba esperando para entregarnos la llave,
darnos las consignas y marcharse. Nos aconsejó un par de sitios cercanos y
comimos en la cafetería Cortés unos espaguetis con boloñesa, raxo con patatas y tarta de Santiago. El
sol pegaba con justicia. La terraza estaba llena de chavales jóvenes con pinta
de estudiantes universitarios.
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