Las notas se tomaron vacaciones
y las fotos marcaron el kilómetro 35,841. Siguieron varias casas de piedra en
que el hórreo contrastaba con una palmera. El bosque se marchaba al fondo o
ascendía por las colinas. El valle se poblaba de campos fértiles con el maíz
bien desarrollado. Del camino de tierra compacta pasamos a carreteras vecinales
sin apenas tráfico. Nos embriagamos con esas referencias genéricas,
indefinidas, con el verdor, el cielo asomándose a contemplar la tierra sin el
obstáculo de las nubes, el ligero viento reconociendo el territorio que le
habían asignado ese día, como un dios griego o celta, que aquí estaría más en
su ambiente, dando un paseo para saludar a los caminantes.
La Iglesia de San Paio (San
Pelayo) de Buscás, en A Rúa, de origen románico, se alzaba a nuestra derecha.
Detrás, el cementerio, reiterando el esquema tradicional. En una ventana, San
Pelayo, joven y con ropas del siglo XVIII, alzaba la mano derecha mientras
sostenía una pluma en la izquierda.
No nos desviamos del camino, con
lo que nos perdimos el molino de Trabe y el puente de O Cubo que nos hubiera
llevado a Outeiro de Abaixo, según la documentación que llevábamos. “El cobijo
de los árboles nos dirige a la Iglesia de San Xiao de Poulo, en Outeiro de
Arriba”. En mis notas no hay dato alguno sobre ese recorrido y las fotos
aportan estampas sin referencias concretas. No importa: el camino era hermoso y
nos dejó un agradable recuerdo.
El sendero se introdujo por el
bosque tupido y trazó una trocha estrecha, angosta, algo claustrofóbica en un
primer instante al cubrir el cielo con una densa bóveda de ramas que impedía el
paso de los rayos del sol. De pronto, se hizo la penumbra. El sendero se
bifurcó y tomamos el ramal de la derecha, bien marcado por un mojón. Nos
interrogamos sobre a dónde conduciría ese otro camino que al trazar una curva
se perdía en el espesor del bosque. Salimos nuevamente a campo abierto.
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