Nuestro paso era vivo. Era el
reflejo de nuestra libertad, de nuestro afán por gozar de la vida sencilla. Era
el reflejo del espíritu del verano, aunque estuviera limitado por el
coronavirus. Verano y viaje eran palabras balsámicas para quienes, como
nosotros, consagraban una parte importante de su tiempo a trabajar, en los
últimos meses bajo una presión insoportable. El verano y el viaje limpiaban de
esos sinsabores, expandían nuestra mente, la abrían a la percepción y el gozo,
nos limpiaban de la mala leche y las frustraciones. Era el motor interno de
nuestros pasos.
El Camino es compartir. Sin
embargo, lo habíamos compartido con muy poca gente. Aquella jornada cambió algo
la tendencia y nos encontramos con más peregrinos, tampoco demasiados. La
cercanía a nuestro destino (estábamos a algo más de 30 kilómetros) los había
sacado de sus escondrijos. El primer compañero fugaz fue un tipo con pinta de
atleta, alto, fibroso, convencido de su poderío, que nos superó como una
locomotora. Nosotros íbamos en nuestro permanente diálogo, con lo que la
velocidad no nos preocupaba. Una pareja bien preparada apareció a nuestra espalda.
Tampoco tardó en superarnos. A ninguno volvimos a verlo durante la jornada. Tuvimos
más suerte con dos chicas que acompañaban a un señor de mi edad. No supimos
trazar la relación. Quizá no les unía parentesco alguno y su vinculación provenía
del espíritu peregrino. El Camino anima a hacer confidencias y para ello es
necesario alguien que las reciba. Nos pasaron una vez y les volvimos a
encontrar con los pies metidos en un lavadero. Nos superaron y les alcanzamos
en otra parada.
0 comments:
Publicar un comentario