Nos desviamos a la derecha,
bajamos una cuesta y fuimos consultando Google Maps ya que nos habíamos salido
del camino. Abundaban las calabazas jugosas de color amarillo, los nabos cuyas
hojas se convertirían en breve en grelos que acompañarían a jugosos platos y
alguna vaca que nos miraba con fijeza. Si hubiéramos preguntado si faltaba
mucho para nuestro destino quizá nos hubieran respondido que “un bocadiño” o “a
carreira de un can”, dos expresiones muy gallegas que sin duda no nos hubieran
ayudado en absoluto para concretar tiempo y espacio.
La naturaleza nos ofrecía la
última oportunidad para crear un vínculo o mantener el que habíamos fomentado
con nuestro caminar. La habíamos invitado a penetrar en nosotros, en cuerpo y
alma, y se había aprestado a ello con cariño. Habíamos formado una unidad
superior en que se armonizaban naturaleza y hombre.
Alcanzamos la carretera y
caminamos paralelos a ella. Casi donde se alzaba en la otra punta del pueblo otro
cartel de Leira encontramos el hotel Barreiro. Pasamos por recepción, dejamos
los trastos en la habitación y bajamos al restaurante a comer. La presencia de
un buen grupo de camioneros garantizaba la buena comida. Los dos pedimos de
segundo arroz con calamares en una suerte de salsa marinera al estilo gallego. Deliciosos.
Por descontado, cayó una siesta
de campeonato.
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