Por la tarde, ya avanzada,
regresó Loli con su hija Nuria, un bombón de 19 años, simpática y segura. Loli
nos había ofrecido llevarnos nuevamente al pueblo para cenar. Como alternativa,
nos podía preparar algo sencillo, unos bocadillitos de jamón de cebo, un poco
de queso de la zona y alguna cosa más. Las dos lo prepararon cuando ya el sol
entraba en declive.
Nos contaron su experiencia del
Camino con mucha gracia. Estaba claro que ninguna de las dos era muy entusiasta
de las caminatas. Loli había engordado dos kilos y se había gastado una pequeña
fortuna en pequeños y grandes caprichos, como spa, masajes, comidas en
restaurantes de prestigio y algún exceso más. Su hija se partía de risa con la
descripción que hacía su madre.
Nos hubiera gustado cenar con
ellas o que nos hubieran acompañado a la mesa, charlar un poco más. Nosotros
estábamos sentados a una mesa circular y ellas estuvieron de pie, a mi espalda,
lo que me obligaba a girarme para no ser grosero. Con el primer bocadillo se
marcharon y se quedó a cargo del hotel otra chica. Estaba claro que el negocio
de hostelería en Galicia era cosa de mujeres.
Estábamos muy a gusto en el
salón, pero tenía que recoger y hacer otros menesteres en las instalaciones. Prolongamos
la velada hasta las 11.
En la habitación intentamos
secar la ropa y las zapatillas. Todo estaba empapado y había dejado un leve
efluvio en el ambiente, nada molesto. Me puse con el secador hasta que se tomó
un respiro involuntario. Resucitaría al día siguiente.
Nos acostamos a las 12.30 de la
noche. Durante la misma nos deleitaron los mosquitos con sus vuelos rasantes.
En algún momento de la noche llegaron los otros huéspedes.
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