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Dos peregrinos en tiempo de pandemia 42 (Camino Inglés). Sobre el origen de la peregrinación.

 


Estaba claro que no teníamos mucha intención de movernos. El aislamiento generaba una pereza terrible y los alrededores tampoco nos decían mucho. La casa ofrecía tranquilidad total. Y allí me sitúe, en el jardín, para ampliar mis lecturas del libro de Sánchez Dragó.

El autor dedicaba un capítulo completo al Camino de Santiago. Cotejé sus datos sobre la creación de ese peregrinaje originado por el descubrimiento del ermitaño Pelagio, que no tenía nada que ver con el monje británico de tiempos de San Agustín. En el año 813 vio cómo se posaba una estrella sobre el bosque Libredón y cómo el obispo de Iria, Teodomiro, al que comentó su visión, la admitió, hizo suya y declaró que allí se encontraba el sepulcro con los restos de Santiago el Mayor y de sus discípulos Teodoro y Atanasio, los que llevaran, según la tradición, los restos del apóstol en barca desde Palestina hasta la costa gallega. El monarca asturiano Alfonso II el Casto mandó erigir la primera iglesia en el lugar. “Nace así una ciudad sagrada -escribe Sánchez Dragó-, un culto más bien desconcertante, un permiso de los cielos para acogotar a la morisma y, brevemente, un sendero de peregrinación accesible a buenos y profanos”. Se cristianizaba la antigua ruta de las estrellas. Se asumía la creencia ancestral pagana y se dotaba de vestimenta de la nueva religión.



Lo que más me asombró fue que vinculara el descubrimiento con un mito osiriaco. Y, lo cierto, es que mantenía muchos elementos comunes. En el mito de Osiris, ese dios era asesinado y despedazado. Sus fragmentos volvieron a unirse. “Llegó al Nilo surcando el océano con embarcaciones de afilada proa e instituyó, antes de desaparecer para siempre, un perdurable culto mistérico”, escribió. Santiago se había adentrado por el río Ulla después de atravesar el océano en una barca movida por fuerzas mágicas y descendió de la misma en una ciudad dedicada a Isis. Le acompañaba un perro, que bien pudiera ser el lobo de Egipto. Procedía de un país donde se había formulado la verdad (Tierra Santa) y traía la misión de un nuevo culto. Muchos lo consideraban hijo de María, como el segundo Osiris lo era de Isis, y hermano de Jesús con rango de divinidad. Herodes Agripa lo degolló y lo convirtió en el dios asesinado y despedazado que se vincula con el dios egipcio.

La peregrinación simbolizaba la vida. Compostela era su destino, el final, la muerte. En el mismo libro encontré un breve texto, de Walter Starkie, que abría el capítulo dedicado a Galicia:

Es una peregrinación extraña la que está usted haciendo, porque mientras avanza hacia Galicia y el Oeste por todo el norte de España, se va acercando al culto a los muertos.

Y tuve la sensación de que todos aquellos cruceiros, cementerios e iglesias formaban parte de esa simbología de la muerte, de ese carácter iniciático que obliga a morir para resucitar a una vida nueva.

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