Nuestro alojamiento se
encontraba en Sarandons o Santa María de Sarandones, un pequeño pueblo del
municipio de Abegondo. Su población, que había descendido paulatinamente en las
últimas dos décadas, como todos los que habíamos atravesado, a pesar del
impulso del Camino Inglés y del turismo, contaba unos 500 habitantes. Lo más
destacado era su iglesia barroca del siglo XVIII. Había un convento, un par de
bares y un conjunto de casas de piedra atractivo, un núcleo pequeño y compacto.
Aquí se hospedó el rey Felipe II en su visita a Galicia. Desde entonces se
denominaba con orgullo la Casa de Felipe II.
En la población estaba el pazo
de los marqueses de Figueroa. El linaje de los Figueroa se remontaba al siglo
VIII con el conde Froila Fernández, yerno del rey visigodo Chindasvinto.
Obtuvieron fama y prestigio cuando en el año 765 se enfrentaron al poder
musulmán que imponía tributos inaceptables para mantener la paz. Uno de ellos
era el Peito Bordel, establecido por
Mauregato y que consistía en la entrega de cien doncellas, cincuenta nobles y
cincuenta plebeyas para los harenes del Califato de Córdoba. En aquella fecha,
cinco hidalgos de este linaje pusieron en fuga a los moros antes de que
pudieran embarcar a las mujeres que eran reunidas en la cercana torre de
Bordel, en el propio municipio de Abegondo.
Habíamos pasado con el taxi ante
el pazo de los Figueroa, la residencia de los marqueses desde el siglo XVI, si
bien el marquesado fue concedido por Carlos II en el último tercio del siglo
XVII a favor de Baltasar Pardo de Figueroa y Sotomayor. El actual marqués, el
duodécimo, era Juan Gil de Araujo y González de Careaga. La torre era el
elemento más antiguo, del siglo XII. Fue reparada, según una inscripción, en
1621, siendo su propietario Ares Pardo de Figueroa, caballero de la Orden de
Santiago. La atalaya, según leí en Internet, era de estilo renacentista y había
sido calificada como bien de interés cultural. Al ser de titularidad privada no
se podía visitar.
Los del lugar hablaban con mucho
respeto y cierta veneración de los marqueses. Quizá fueron benévolos con los
campesinos, los protegieron cuando fue menester y les habían dado trabajo para
su adecuado sustento. Para los de ciudad nos parecía, como poco, chocante. Lejos
quedaban los tiempos de los Andrade, de los nobles que tenían derecho total
sobre la vida de sus siervos. Sin embargo, la distancia social, aunque
reducida, se mantenía. El hálito de superioridad ancestral aún era objeto de
culto.
En la zona también se localizaba
una Casa Social de Figueroa.
0 comments:
Publicar un comentario