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Dos peregrinos en tiempo de pandemia 38 (Camino Inglés). Presedo y el taxista trotamundos.

 


El mal tiempo nos impulsó a mantener un buen ritmo en nuestro caminar, como si quisiéramos agotar la jornada para separarnos de la lluvia. El paisaje de bosque y monte era precioso, a pesar de las impulsivas inclemencias.

El día anterior me había aparecido una ampolla semiesférica en el meñique del pie derecho y había decidido elegir calzado cómodo, las zapatillas de deporte, siguiendo el consejo de Jose, en vez de las habituales zapatillas de trekking. Mientras avanzaba no me dolía, aunque en momentos en que forzábamos un poco la máquina me molestaba o incomodaba. Las ampollas son un fiel compañero del Camino. Aunque había recubierto el pie con crema neutrógena y había evitado otras llagas en los pies, la humedad había causado esa marca de guerra. Dicen que más que en kilómetros que restan, hay que medir el Camino en ampollas que faltan por sufrir. El resto del Camino cuidé mucho más mis pies.

La carga muscular estaba bien controlada. Tratamos de caminar lo más natural posible. El entrenamiento de los dos últimos meses lo notaba y me daba mucha moral.



La chica de Casa das Veigas nos había aconsejado que al llegar al albergue de Leiro les llamáramos para que nos mandaran un taxi. En condiciones normales hubiéramos continuado los seis o siete kilómetros que faltaban hasta la casa, pero a estas alturas de la jornada íbamos empapados y con poco ánimo. El albergue realmente estaba en Presedo, y quedaba bajando una pronunciada cuesta que habíamos dejado atrás. Como Google Maps nos aportaba datos que no cuadraban con lo que contemplábamos, hicimos señas a un coche que paró y al que preguntamos. Nos informaron que a unos 800 metros estaba el albergueo, regresando por donde veníamos, continuando la carretera. Buscamos una referencia a donde pudieran mandar el taxi y paramos en la entrada del Mesón-museo Xente do Camiño, que nos había aconsejado nuestro amigo Juan y que parecía estar cerrado. Allí esperamos bajo la lluvia durante unos minutos eternos.



El taxista que nos recogió era un hombre mayor de pelo blanco que debió ser camionero en otra época y que había recorrido Europa de punta a punta. Habló de la modificación del clima, insistiendo en que ya no nevaba, y que su hija trabajaba en el bar Carabel, que habíamos dejado atrás y donde nos hubieran sellado la cartilla de peregrinos. También que no estaba dispuesto a quedarse en casa o a perder el tiempo en el bar leyendo el periódico o charlando con la gente. Hablaba sin cesar y nosotros le hicimos poco caso, también porque le entendíamos bastante poco.

Nos depositó en nuestro hospedaje y se ofreció para devolvernos al día siguiente al mismo ramal del Camino, el de Ferrol. Nos había conducido hasta el de Coruña.

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