Caminábamos sin prisa y sin
rumbo fijo, adentrándonos por las callejuelas que nos parecieron más
atractivas. Observamos la portada románica de Santiago, con el apóstol a
caballo y las figurillas bíblicas con el bestiario en los capiteles. Bajamos
una pronunciada cuesta, nos alejamos de lo más turístico y concurrido.
Fernán Pérez de Andrade daba
nombre a la amplia plaza donde se encontraban las iglesias de San Francisco y
Santa María del Azogue. En la primera descansaba el noble en compañía de otros
de su clase. Ambas estaban cerradas a esa hora por lo que paseamos por el
entorno contemplando sus fachadas. La de San Francisco estaba coronada por una
cruz sobre un cerdo, la misma figura del puente de la mañana, símbolo de los
Andrade.
Las figuras de las arquivoltas y
los canecillos de las cornisas transmitían todo el misterio del mundo medieval.
No olvides fijarte en las marcas de cantero y en las tallas de los capiteles.
Santa María del Azogue destacaba
por su retablo del altar -que vimos por Internet-, y por el capitel con el
único calendario agrícola de Galicia, que ilustraba el plano de Betanzos que
nos habían entregado en turismo.
Bajamos hasta las Escuelas Municipales
obra de la filantropía de Jesús García Naveira y paseamos hasta el río y el
puente. Las barcas se balanceaban calladamente. Rendimos homenaje a Antolín
Faraldo Asorey, padre del movimiento provincialista gallego, natural de la
villa y muerto en 1853, continuamos hasta el convento de las Angustias Recoletas
y remontamos hasta la plaza de origen. Nos sentamos en el Café Progreso a ver
pasar la tarde y contemplar la torre de la iglesia de los Dominicos, el
ayuntamiento y la animación.
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