El Camino nos mandó por la ruta
dos Muiños (de los molinos) y al puente gótico sobre el río Lambre, nuevamente
obra de nuestro ilustre personaje Fernán Pérez de Andrade. Nuevamente el cerdo
y el oso.
Regresaron las cuestas, el bosque,
la magia y la introspección. Reinaba el silencio entre nosotros, concentrados
en no perder la respiración con el ascenso. El verdor se apoderó de nuestras
mentes. También se introdujo en nuestra cabeza el fresco colorido de los
huertecillos de los lugareños cuando abría la bóveda de las copas de los
árboles. Daban ganas de arrancar algunos de los frutos de la tierra y solazarse
con los rayos que se colaban por las nubes y calentaban el tiempo previo a la
comida.
La arquitectura se difumina en
nuestros recuerdos. Las ruinas de la capilla de San Paio no aparecen por ningún
resquicio de la memoria. En su campo se celebraba una romería que parece haber
pasado al olvido, salvo para los cronistas, que destacaban la iniciativa que en
la década de 1990 tuvo el Radio Club Costa Verde para rehabilitar la capilla.
No tuvieron suerte. Me llamó la atención que se ubicaban en la zona varios
santuarios. El otro aspecto llamativo era la abundancia de viñedos.
La otra joya que sufre la
debilidad de nuestros recuerdos es la iglesia románica de Tiobre “en la parte
alta de una aldea que fue el embrión de Betanzos y llamada precisamente así,
Betanzos o Vello”, según el folleto del Camino Inglés. Me temo que estaba en un
desvío y que ya urgían las tripas.
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