Miño, que hasta 1919 se denominó
Castro, derivaría de un antiguo hidrónimo –terminó que leo por primera vez en
la referencia de Wikipedia- que significaría caminar o ir. Mis notas fallan,
tengo que completarlas con las fotos, los recuerdos e Internet. Las imágenes y
las sensaciones siguen ahí. Los nombres se han descabalgado o borrado. Trato de
rescatarlos y asociarlos con esos recuerdos.
Paramos en la oficina de
turismo, nos sellaron las cartillas y nos dieron consejo. Lo que veríamos era
parte de la ría de Betanzos, las Mariñas Coruñesas. La playa Grande era el
destino de los ríos Baxoi y Xarío. El río Lambre desembocaba en Ponte do Porco,
que limitaba con el municipio de Paderne.
Continuamos nuestra andadura,
alcanzamos las vías del tren, las cruzamos por un puente y nos regaló la vista
una playa. O puede que nos engañara la bajamar y la arena que contemplamos
fuera sólo el resultado de ese fenómeno. La bruma no nos impidió ver los
bloques de viviendas al otro lado. Era la expresión de la especulación que
asestó un golpe a las casas tradicionales para que se inundara el monte con
segundas viviendas para turistas. Los excesos y la corrupción saltaban a la
vista. La orilla por la que caminamos aún conservaba su encanto. Por supuesto,
la playa estaba casi desierta, salvo un par de paseantes y unos pescadores con
caña.
Allí vagueaban las embarcaciones
de recreo al son que marcaba la corriente y las mareas. El agua brillaba
plateada. No dejaba de moverse. Alguna barca estaba boca abajo y hasta una
había sido devorada por la maleza.
Tenemos la duda sobre Ponte do
Porco. El camino parecía conducirse allí y, efectivamente, un porco sustentaba una cruz bastante
historiada. Era el emblema de los Andrade. Era uno de los puentes construidos
por Fernán, del que ya hablé durante nuestra visita a Pontedeume. El puente de
hormigón que se adivinaba al fondo no podía ser el que daba nombre a la
población.
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