Me planté a la hora de comer en
Vigaño, una aldea cerca de Posadas y Llanes donde estaban mi cuñada, mi hermano
Jose y mis sobrinos. Si estaba allí era porque mi sobrino Jose me había
rescatado de esa parálisis mental para proponerme, semanas antes, cumplir un
deseo acariciado desde hace años y que ese año en concreto cesaría en sus
aplazamientos. Quizá no hubiera motivación, pero sí deseo. Por algo se empieza.
Del calor agobiante de la costa
alicantina pasé al húmedo y fresco clima del norte, como si necesitara
acoplarme a las nuevas condiciones térmicas. En aquella tarde y noche sentí que
algo inexplicable, dentro de mí, cambiaba. No era una metamorfosis radical,
aunque era algo que no había sentido durante los días previos. Algo se
preparaba, sin duda.
Esa llama difusa y aparcada ganó
vigor la mañana del domingo. Cerramos la casa, la familia se dirigió a
Santander, Burgos y Madrid, y Jose y yo tomamos la carretera en dirección
oeste, hacia el confín misterioso de esa tierra que era Galicia. Me sorprendió
lo buena que era la carretera, aunque un poco alejada de la costa y de sus
vigorosos paisajes, porque recordaba un viaje desde los valles mineros a La
Coruña por una vía bastante incómoda. Habían pasado 15 años.
Durante tres horas y media se
implantó la camaradería y la confianza habitual entre buenos compañeros de
viaje. Jose y yo habíamos compartido autocaravana en Islandia el año anterior y
viaje por Australia seis años atrás, amén de otros viajes con otros miembros de
la familia.
En una semana dialogamos todo lo
que no habíamos podido durante meses. Estupenda puesta al día.
0 comments:
Publicar un comentario