Caminante son tus huellas
el camino y nada más
caminante, no hay camino
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista
atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
Antonio Machado.
Mientras conducía desde el Levante mediterráneo hasta Madrid, y luego hacia el interior de Asturias, acompañado por el viento que se estrellaba contra el coche, amortiguado por la música de la radio y algún otro sonido impersonal, me pregunté en más de una ocasión cuál era el motivo que me impulsaba para iniciar el Camino. Sabía de amigos y conocidos que lo habían empezado para cumplir una promesa por haber obtenido algo excepcional o atípico, o los que se habían lanzado por esas sendas para pagar una penitencia. Yo rebuscaba con insistencia y no sé si por la concentración en la conducción, o por cualquier otra causa, no encontraba esa motivación especial que me arrastraba hacia un camino iniciático que provocaba el efecto de una transformación radical.
Durante los meses previos todo
se había desmoronado: el mundo había sufrido una pandemia, habíamos sido
confinados y la denominada nueva normalidad no satisfacía a nadie. Los viajes a
lugares alejados y exóticos eran una quimera y mi ánimo se había bloqueado para
organizar unas vacaciones que depuraran mi mente de los sinsabores de la
economía maltrecha, la incertidumbre en el trabajo y el miedo a una enfermedad
que era aún una incógnita. Por eso, quizá, aún no había encontrado esa
motivación que sublimara ese Camino.
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